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miércoles, 19 de noviembre de 2008

366

Parece que vamos a acabar el año sin sacar el jamonero de la despensa. La crisis nos ha dejado sin lote de Navidad. El trabajo digno ya ni es digno ni es trabajo. No podemos divorciarnos porque el banco también nos ha metido los cuernos. Nos han embelesado con grandes palabras, dejando que nos cargáramos de deudas y que jugáramos a ser especuladores del tres al cuarto. Y ahora que hemos comprado unos cuantos metros cuadrados que ya valen menos de la mitad de lo que nos costará pagar la hipoteca, nos dicen que nos quedamos sin trabajo para pagarla.
Todo eso lo podemos resumir en 365 días. Todo eso se puede escribir en 365 palabras. Cuando intentamos explicar lo que ha sido el año 2008 en 365 palabras tan sólo encontramos vocablos que resumen una mezcolanza de sensaciones de fracaso, lamento, pesimismo, apatía, rabia, desencuentro, indignación, hastío, traición, infamia, engaño, tristeza, sufrimiento, vileza, miedo, amargura, enojo, ansiedad, pesadumbre, insidia, disgusto, maldición, falsedad, pánico, deslealtad, depresión y todos aquellos sentimientos negativos, oscuros e incluso tenebrosos que nos llevan a la desesperación.


Pero 2008 es un año bisiesto. Nos queda un día, el día 366. Nos queda una palabra, la 366. Nos queda algo más que escribir, que sirva para coser los remiendos necesarios en todo este desaguisado. Ese día y con esa palabra ganaremos este concurso. Viajaremos a Nueva York, esa ciudad donde la Estatua de la Libertad da más sombra que los limoneros, como dijo el gran poeta Joaquín Sabina, a contagiarnos del entusiasmo de todos aquellos que han dejado Desolation Row y ahora confían, entre otras muchas cosas, en que Obama marque una nueva era. Volveremos aquí siendo los nuevos emprendedores que, con la lección aprendida, montarán negocios honrados, en los que la responsabilidad social o la conciliación de la vida laboral y familiar sean algo más que una estrategia de marketing. Seremos honrados con los demás y sobre todo con nosotros mismos para no dejarnos embaucar nunca más por la ambición y la prepotencia. Valoraremos lo que de verdad vale la pena y nos hace felices. Dejadnos ese día, dejadnos esa palabra y podremos tener la “esperanza” de cambiar el mundo.

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